Prensa institucional y ética profesional: entre la obediencia y la conciencia
El periodismo nació como contrapeso del poder, no como su brazo de propaganda. Su función esencial es informar con independencia, cuestionar, fiscalizar y servir al interés público. Pero cuando la prensa institucional se subordina a órdenes políticas, económicas o jerárquicas, deja de ser periodismo y se convierte en aparato de persuasión, socavando los principios que sostienen la democracia.
1. El dilema del periodista institucional
En la administración pública, muchos comunicadores enfrentan un conflicto profundo: cumplir las órdenes de su jerarquía o actuar conforme a los principios éticos del periodismo.
El dilema surge porque el periodismo institucional suele confundirse con comunicación política o propaganda, cuyo propósito no es informar, sino proteger la imagen de una autoridad o entidad.
El periodista ético, sin embargo, no es vocero del poder, sino mediador entre la institución y la ciudadanía. Su deber es garantizar el derecho de acceso a la información, no ocultarla ni maquillarla.
La ética profesional exige distinguir entre comunicar para informar y comunicar para manipular.
2. Propaganda: el rostro opuesto de la información pública
La propaganda busca influenciar emociones y dirigir opiniones, generalmente mediante la omisión de hechos, la exageración o el uso estratégico del lenguaje. Su meta es la aceptación, no la comprensión.
El periodismo, en cambio, se sustenta en la veracidad, el contexto y la verificación. Informar es un acto de servicio; propagar consignas es un acto de control.
Como escribió George Orwell, “El periodismo consiste en publicar lo que alguien no quiere que se publique; todo lo demás es relaciones públicas.”
Cuando la prensa institucional oculta datos incómodos o solo reproduce discursos oficiales sin contraste, se convierte en instrumento de propaganda estatal, aunque conserve el nombre de “departamento de prensa”.
3. La obediencia frente a la conciencia
El periodista ético reconoce que la lealtad primaria no es con su jefe ni con la institución, sino con la verdad y la sociedad.
Las normas internacionales lo respaldan:
- Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948): toda persona tiene derecho a buscar, recibir y difundir información.
- Código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO (1983): el periodista debe “resistir presiones políticas o económicas que pretendan distorsionar la verdad”.
- Declaración de Múnich (1971): “El respeto a la verdad y al derecho del público a conocerla es el deber supremo del periodista.”
En este marco, la obediencia ciega a la autoridad no es virtud, sino complicidad.
La historia está llena de ejemplos donde los aparatos informativos estatales sirvieron para encubrir abusos, justificar guerras o silenciar denuncias.
Cuando el profesional renuncia a su conciencia ética, la prensa deja de ser fiscalizadora y se vuelve cómplice del poder.
4. Corrupción y silencio: el costo de la prensa desvirtuada
Un sistema donde la mayoría de comunicadores institucionales se someten a la voluntad política se transforma en una maquinaria de propaganda.
Sin periodismo ético, la corrupción encuentra terreno fértil:
- Los errores administrativos se ocultan.
- Los actos ilícitos se maquillan con comunicados.
- Las voces disidentes son censuradas.
- El discurso oficial sustituye a la verdad.
Y cuando esto ocurre, la sociedad pierde su derecho a fiscalizar.
La prensa deja de ser el “cuarto poder” para convertirse en un eco del poder.
Como consecuencia, los recursos públicos se dilapidan, las instituciones se degradan y la ciudadanía queda desinformada.
5. Responsabilidad ética del periodista institucional
El profesional de prensa dentro del Estado o en una entidad pública no está exento de ética periodística.
Su deber sigue siendo con la verdad y con el pueblo al que la institución sirve.
Los códigos de ética lo especifican con claridad:
- Debe verificar la información antes de difundirla, aunque provenga de una fuente oficial.
- Debe negarse a manipular datos, imágenes o cifras.
- Debe garantizar pluralidad de fuentes y derecho de respuesta.
- Debe proteger la transparencia, no la conveniencia.
Cuando un periodista institucional elige informar con honestidad aunque incomode al poder, está ejerciendo el periodismo en su forma más pura: la búsqueda de la verdad frente al riesgo personal.
6. Ética y resistencia: el papel del periodista en la salud democrática
La ética periodística no solo regula comportamientos individuales; es un sistema inmunológico de la democracia.
Cuando la mayoría de periodistas se corrompe o se somete, el sistema político pierde su capacidad de autocorrección.
Sin una prensa ética, los abusos no se denuncian, las víctimas no son escuchadas y los corruptos gobiernan sin escrutinio.
El periodista ético se convierte así en un defensor cívico, un guardián de la rendición de cuentas, incluso dentro del propio Estado.
La prensa institucional puede coexistir con el poder, pero solo si mantiene independencia moral, rechaza la censura y cumple su función pública.
7. Conclusión: entre la obediencia y la verdad
La verdadera prensa institucional no es la que obedece, sino la que sirve al ciudadano.
Un periodista que informa con ética contribuye al fortalecimiento de la democracia; uno que obedece sin conciencia alimenta el autoritarismo.
El límite es claro:
Donde termina la ética, comienza la propaganda.
Y donde domina la propaganda, muere la verdad.
El periodismo, incluso dentro de las instituciones, debe seguir siendo libre, crítico y responsable, porque solo con verdad puede haber justicia, y solo con justicia puede existir una sociedad verdaderamente democrática.